Historia

Un mecánico en Detroit, le quita horas a su descanso para dar vida en el taller de su casa al futuro primer auto de serie. En un pueblo de California, un joven programador y su amigo conciben en el garage de sus padres la computadora que cambiará la historia. Un hijo de herreros, en un galpón prestado, crea en plena pampa húmeda argentina, una de las primeras cosechadoras automotrices. Hay en el mundo una categoría especial de empresas. Son aquellas que han nacido bajo la determinación de imaginar y desarrollar una solución enteramente nueva: esa clase de productos que merecen ser llamados simplemente inventos. Para estas empresas, la búsqueda de la innovación no es una exigencia para el progreso de los negocios. Es una mística que recorre su historia, inspira a sus directivos, enorgullece a cada uno de sus empleados. Y aquella creación, lejos de ser un hito memorable, se transforma en un poderoso punto de referencia hacia el futuro. Está presente en cada decisión, en la forma de un sueño siempre vigente: dar vida a ideas tan valiosas como la invención original. Septiembre de 1972. Rafael Antonio Colussi y Néstor Juan Vénica realizan la prueba piloto del primer Protector Automático de Motores. Lo llaman VIGIA. Después de dos años de experimentación solucionan el grave problema que los desvelaba como mecánicos y que ninguna fábrica automotriz había podido resolver. ¿Cómo evitar que los motores se fundan por exceso de temperatura o baja presión de aceite?

Ante la rutina diaria de reparar y reparar, de ver que se deterioraban motores o se fundían por detalles que algunos conductores no alcanzaban a detectar a tiempo, me invadía la preocupación de que existiera ese riesgo tan costoso, como así también las serias consecuencias que acarreaban en el trabajo un tractor o un camión demorado en el taller dos o tres semanas.

Un sábado a la tardecita del año 1970, llegó al taller un camión Ford con motor Perkins a fin de calibrar las gomas, pues el domingo debían llevar los jugadores de fútbol a Los Lapachos. La marcha era perfecta, daba gusto oírla. El domingo los futbolistas realizaron el viaje. De pronto: humo, alta temperatura, motor detenido, ausencia de agua, radiador roto. Al día siguiente llegó al taller remolcado. A cualquier mecánico, estas cosas le duelen como si le estuviesen golpeando sus propios huesos.

Casualmente se encontraba Néstor Vénica y le dije: “El sábado tenía una marcha perfecta; hoy es un montón de hierros deteriorados. Tenemos que hacer algo. Esta tarde a las cuatro te espero para ver si podemos concretar algo de todo lo que hemos hablado al respecto”.

Mientras tanto pensaba, en mi vida: Cuántos proyectos sin poder iniciar. Cuántos inicios sin poder continuar. Cuántos trabajos sin poder terminar. Cuántas veces volver a empezar. Pero nunca perdí la ilusión de que uno de ellos iría a prender y por el mundo se iría a extender llevando los beneficios de su valor. Tengo la sensación de que ha llegado el invento tan esperado.

En el año 1970 frecuentaba el taller de Rafael porque estábamos entusiasmados con la invención de un filtro para chimeneas de fábricas. En el transcurso de la conversación, Rafael, que siempre tuvo en su cerebro un lugar por donde surgen ingeniosas ideas a borbotones me dijo: “El motor del camión de un amigo se fundió. Tenemos que hacer algo para que estas cosas no ocurran más. Esta tarde te espero a las cuatro.”
Con las manos en el bolsillo, un caminar cansino y silbando una que otra tonada, un rato antes salí de mi casa para llegar a la hora indicada. Mientras filosofaba: Motores que se funden… ¿Por qué? Por alta temperatura… ¿Por qué se eleva? Radiadores taponados o rotos, interior y exteriormente. Mangueras taponadas o rotas. Termostatos inactivos o correas rotas. Bombas de agua deterioradas y frenadas. Por baja presión de aceite…¿Por qué baja? Falta de aceite por rotura de la bomba. Rotura de cañerías y filtros. ¿Habrá algún conductor talentoso que alcance a detectar a tiempo estos accidentes para que el motor no se funda? Sí, pero observando las luces del instrumental del vehículo. ¿Habrá algún conductor talentoso que mantenga la concentración mental necesaria como para atender las luces del tablero en forma continua, sin distraerse, todas las horas en que está al volante? La respuesta podría ser afirmativa para contados casos. Además de las luces del instrumental ¿qué otra señal podría tener un conductor para detectar la alta temperatura o la baja presión de aceite en el motor? Podrían ser sonidos, luces titilantes o amenazas de paro de combustible, trabas en el acelerador, cortes de encendido eléctrico. Tantas cosas por el camino pensé que al taller sin percatarme llegué; pero, que la intriga me desbordaba eso es seguro y también me atrapaba. Tengo la sensación que es viable unir varios elementos por cable y parar el motor repentinamente antes de que se funda rápidamente.

Rafael y Néstor repasaron las conclusiones obtenidas en charlas anteriores acerca de los diferentes sistemas posibles para crear un protector que sirviera para todo tipo de motores a combustión. Tras analizarlos llegaron a la conclusión de que el aparato a inventar, con un sistema de detención por medio del corte de combustible, sería lo ideal y se podría aplicar en motores gasoleros y nafteros; detectaría la temperatura y la presión de aceite.

¿Cómo detectar la temperatura del motor? Ya existían en el mercado sensores o detectores de temperatura. ¿Cómo detectar la presión de aceite? También en el mercado había sensores para este fin. ¿Cómo cortar el combustible? Se debería energizar una electroválvula, situada en el conducto del combustible, antes de la bomba inyectora o carburador. Había en el mercado, pero no convincentes. Habría que fabricarlas.

¿Cómo encender y apagar el aparato? La misma llave de encendido del vehículo serviría también para el encendido del aparato. El primer trabajo que se debía realizar era la creación de una electroválvula. Se eligió un diseño simple, de fácil fabricación, con una forma adecuada para la continuidad del caño, proporcionando así una mejor adaptabilidad en el vehículo. Estaría intercalada en la tubería de suministro del fluido combustible, el cual pasaría, por su interior donde estaría dispuesta la válvula que operaría electromagnéticamente por influencia de los sensores. Fue tan novedoso este diseño que se decidió patentarlo.

Fue la primera patente obtenida en los trabajos hechos para la fabricación del VIGIA; otorgada el 25/10/1972 por la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial.

En 1970, Néstor Vénica viajaba todos los días a Reconquista, distante 25 km. para trabajar en sociedad en una rectificadora de motores. El diario vaivén quitaba horas de trabajo y aumentaba cansancio; debía dedicar tiempo al VIGIA en horas nocturnas, sin entusiasmo y por lo tanto sin el empuje verdadero que implica la puesta en práctica de un plan de experimentación. Por otra parte, Rafael y sus hijos debían poner todo su tiempo en las tareas del taller, porque realmente la situación económica era muy apremiante.

Por esta causa, en 1971 los trabajos del VIGIA quedaron relegados; no obstante algunos amigos deseaban colocarlo en sus unidades, lo consideraban demasiado necesario como para que todo quedase en la nada y de vez en cuando daban a los inventores palabras de aliento para continuar con “el aparatito”.

A principios de 1972, un propietario de cosechadoras hizo un pedido importante para colocarlo en varias unidades. Allí brotó nuevamente el entusiasmo y se reiniciaron los trabajos. Guadalupe Norte, paraje con una veintena de casas junto a la Ruta Nacional Nº 11, km 814 carecía de los servicios elementales como para imaginar allí una industria; no había red de energía eléctrica, había que producirla en forma privada. Existía una cabina telefónica con un sistema muy primitivo. No había negocios para adquirir cosas elementales como una barra de bronce para tornear.

Por otra parte, ni siquiera se tenía un vehículo a total disposición, ya que el Renault 4 también lo usaban los familiares de Néstor. Pero, por sobre todas las cosas, se carecía del poder económico para tal fin. A mediados de 1972, Néstor cansado de viajar y soportar tantas carencias y ver que por esas causas los trabajos no progresaban con la celeridad adecuada, propuso a Rafael la idea de trasladarse, las dos familias, a Reconquista y continuar allá con el VIGIA. La respuesta fue: “Yo no me muevo de Guadalupe”.

Ante tales palabras se vio en una disyuntiva. Pasaron unos días. Néstor informó a Rafael que había disuelto la sociedad y que se quedaría definitivamente en Guadalupe para dedicar todo el tiempo al invento. Trasladó su torno paralelo Fraver al taller de Rafael, pues allí se concentrarían todas las actividades inherentes a la fabricación, montaje e instalación; pero estas actividades deberían realizarse paralelamente a las del taller mecánico.

El galpón de 110m cuadrados daba el aspecto de un edificio precario; pero edificio al fin donde siempre hubo un lugarcito para el VIGIA. Paredes de ladrillo revocadas por fuera y blanqueadas con cal por dentro, techo de zinc y piso de cemento, puerta y ventanas al oeste, una gran abertura al este, sin portón, por donde entraban los vehículos. Estas características hacían que, durante el invierno, fuese extremadamente frío, imposible de tolerar cuando había sudestadas.

Entonces la lluvia entraba al edificio mojando una buena parte y también se escurría por goteras, obligando a movilizar las herramientas, andar arremangado y descalzos. No había presupuesto para mejorarlo porque se tenían en cuenta hasta las monedas para poder avanzar en los experimentos. En las madrugadas apacibles, mientras los tractores de la zona rugían en los campos a las cuatro de la mañana, las herramientas en el taller también se ponían en funcionamiento. Y cada mañana, lloviese o no, hiciese frío o no, la orquesta comenzaba su música. Un grupo electrógeno Lister marcaba el compás.

El tornito en un rincón, con su chillido peculiar hacía el alto, los martillos daban golpes de sopranos, los tractores con sus arranques explosivos modulaban junto a las carcajadas y los rezongos. En 1972 trabajaban en el taller, para ambos fines, Rafael Colussi, su hijo Segundino y Orlando Gregoret. Néstor Vénica acudía solamente para las actividades propias del VIGIA. En una oportunidad Rafael dice a Orlando: “Tengo decidido dejar las actividades del taller mecánico para dedicarnos de lleno al VIGIA. Es de mi agrado que vos también trabajes en ello”.

El interesado, a quien le gustaba mucho la mecánica, tras pensar algunos días tomó la decisión de aceptar la invitación. A partir de ahí siempre lo hizo en montaje. Remo Vénica, hermano de Néstor, se encontraba en ese entonces en Corrientes y allá se dedicó a armar las primeras series de tableros. En un momento dado no pudo cumplir con la demanda y por esa causa los tableros siguieron armándose en Guadalupe, comprándose todo el material existente. En Corrientes se preparó al primer instalador y el primer vendedor del equipo VIGIA, anteriormente a la formar la red de distribución.

El mismo más tarde, tomó la representación en Río Segundo, Córdoba. A principios de año, comenzó Primo a ser el trotamundos de la empresa. Marca o modelo que aparecía, allí estaba, buscando el punto justo en la tapa de cilindros para colocar el sensor de temperatura, sacando medidas para archivar el diseño de la instalación eléctrica en la carpeta y fotografías para ampliar el manual del instalador.

En este tiempo, se instaló en Arroyo Ceibal y sus alrededores la primera serie comercializada de 15 unidades. En febrero de 1973, ingresó Aldo Gregoret. Fue el primer obrero que acudió para dedicarse exclusivamente a las actividades propias del equipo VIGIA. En el torno se hacían 4 piezas para el sensor de temperatura, 4 para la electroválvula y una variedad considerable de acoples. En abril se emplea Regina Colussi, la primera mujer obrera, para preparar las instalaciones eléctricas, hechas previamente, según las medidas requeridas por cada marca y modelo. Cuando disponía de tiempo lavaba piezas y armaba sensores de temperatura. La comercialización estaba a cargo de Rafael. Salía por la zona con la primera unidad móvil demostrativa, el Renault 4, y mostraba a los amigos el accionar del VIGIA. Estos quedaban entusiasmados y decidían colocarlo.

Entonces Rafael conducía la unidad del interesado hasta el taller, hacía colocar el VIGIA, volvía a devolvérselo, cobraba agradecido y se retiraba para repetir la misma historia en la casa de otro amigo. Así comenzaron a ingresar las primeras monedas. Un chaqueño y amigo de Rafael Colussi llegó al taller y se encontró con que se estaban instalando equipos VIGIA. Hizo colocar también en su Falcón diciendo: “Coloquen uno muy bueno, eh; porque yo les voy a hacer propaganda en el Chaco”. Entusiasmado por querer ser representante preparó en Mesón de Fierro una demostración a donde acudirían 40 agricultores, entre ellos un mecánico.

Eran los últimos días de agosto de 1973. Rafael, Primo, Orlando y Aldo prepararon prolijamente la valija de instalaciones. El R4 haría en Mesón de Fierro de unidad demostrativa. Llevarían unos 35 equipos VIGIA. Después de algunas dificultades llegaron primeramente a Saenz Peña para participar en una exposición rural. Fue, para el VIGIA, la primera. Remo preparaba un John Deere para la demostración; pero el VIGIA no lograba detenerle la marcha porque había retorno de combustible. Asi que el R4 demostró también allí. Luego se dirigieron a Mesón de Fierro y realizaron las demostraciones. Satisfizo en gran manera y la venta fue contundente.

Los muchachos no habían llevado ni una muda de ropa para cambiarse creyendo que al día siguiente estarían de vuelta; pero la danza duró 15 días, hasta instalar todo. Fue el primer gran despegue económico. ¡Cuánto dinero en medio de tanta pobreza!. De vuelta al pago parecía que hasta el R4 estaba más contento. Aldo y Orlando tenían en sus ojos brillos de felicidad; cobrarían después de tantos meses. Rafael pensaba en los acreedores y Primo reía dormido. En Septiembre de 1973, la industrialización ya era una realidad, bastante bien organizada. El VIGIA con las bondades necesarias como para considerarlo confiable.

La contabilidad, a nombre de Rafael, se llevaba en forma rudimentaria en libretitas de bolsillo que luego se pasaba a cuadernos borradores. Se decidió ordenar la papelería y emplear una persona para tal fin. Hacía meses que se venía hablando de la necesidad de construir una sociedad y había llegado el tiempo.

La integrarían Rafael Colussi y su hijo Primo, Néstor Vénica y sus hermanos. El nombre estaría conformado por las primeras sílabas de los apellidos Colussi y Vénica: COL-VEN. El 24 de Septiembre de 1973, se dio la conformidad y se firmó El Acta Constitutiva de “COL-VEN SOCIEDAD ANÓNIMA”.

A partir de ese momento, VIGIA pasó a ser un producto de COL-VEN S.A. Guadalupe creyó en COL-VEN, creyó en su invento. COL-VEN apostó, quedando en Guadalupe Norte. Hoy, como la simbiosis en la naturaleza, uno del otro espera, vive, se enorgullece, se defiende.

El sufrimiento de uno es sufrimiento de ambos, porque mucha gente de COL-VEN es gente de Guadalupe Norte.

La red nace en Reconquista. Al primer distribuidor de equipos VIGIA le fue otorgada la representación en Septiembre de 1973 con sede en Reconquista, pero con un área de acción que se extendía hacia el noreste argentino. Primer distribuidor en Buenos Aires. En 1974, se formó la distribución en Capital Federal y provincia de Buenos Aires.

En 1987, con el fin de seguir ganando segmentos del mercado, la empresa decidió crear una oficina en Capital Federal. La iniciativa tuvo resultados positivos. Luego, con el objetivo de no superponer actividades, se entregó esa experiencia al distribuidor de la zona.

En 1994, la empresa resolvió modificar el canal de distribución, sustituyendo la figura del distribuidor para formar una cadena de agentes con el fin de estar en contacto directo con un mercado grande e importante.

Hoy, Capital Federal y Gran Buenos Aires, cuenta con más de cien agentes directos, cuyo objetivo esencial es poder brindar a los clientes los mejores servicios.